pugna por la luna
Maestro: Jorge Luis Vaca Negrete
Alumna: Evelin Miranda Alvarado Arriaga
21/05/2021
En medio de unas leyes inciertas, el valor económico de algunos terrenos lunares podría desatar pronto una nueva carrera espacial. La extracción de recursos está en la mira de varias iniciativas.
El Tratado del Espacio Exterior, de 1967, impide reclamar la soberanía de un territorio espacial. Sin embargo, incluye también una «cláusula de no interferencia» entre misiones.
Los recursos en la Luna no están uniformemente distribuidos, por lo que ese resquicio legal abre la puerta a una carrera espacial para reclamar los terrenos lunares de mayor valor.
Uno de los primeros recuerdos de Bob Richards es una secuencia de imágenes granuladas en blanco y negro: tEn medio de unas leyes inciertas, el valor económico de algunos terrenos lunares podría desatar pronto una nueva carrera espacial.
COREY BRICKLEY
EN SÍNTESIS
rajes espaciales, un módulo lunar y los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin dando sus históricos primeros pasos sobre la Luna. Richards, que a la sazón era un niño pequeño, recuerda estar sentado frente al televisor en el salón de su casa, al norte de Toronto, mientras su padre perdía el tiempo con la antena intentando mejorar la señal. «El Apolo 11 definió un momento clave para la humanidad», afirma el cofundador y director general de Moon Express, una compañía que aspira a comercializar el transporte a nuestro satélite natural y, con el tiempo, extraer materiales de él. «El programa Apolo ha inspirado de forma muy prominente lo que sucede hoy en el espacio.
En los años sesenta, parecía una
cuestión de tiempo que la humanidad se desligase de la Tierra y emprendiese su lenta expansión por el cosmos. Y aunque puede que eso esté tardando más de lo que muchos esperaban, el primer paso podría llegar pronto. Media docena de Gobiernos y varias organizaciones privadas están planeando enviar misiones a la Luna en un futuro cercano: una situación
El Tratado del Espacio Exterior, que en 1967 firmaron Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética, y del que hoy forman parte 109 países, estipula que la exploración espacial debe conducirse de manera pacífica y en beneficio de todas las naciones. Decreta, además, que nadie puede reclamar para sí la soberanía de un cuerpo celeste. Sin embargo, tiene una laguna: dos «cláusulas de no interferencia», según las cuales se exige a todos los firmantes que eviten causar daños a sondas o asentamientos ajenos; por ejemplo, aterrizando cerca o encima de ellos. Parece una medida razonable, pero abre también un resquicio para que un país o una entidad privada monopolice de facto un lugar muy codiciado simplemente por haber llegado primero.
En el caso de que una nación o una compañía se proclamaran dueños de alguna región o recurso, «podría desencadenarse una “pelea por la Luna” similar en ciertos aspectos a la “pelea por África” que se originó con los recursos minerales del Congo en la década de 1880», escribían en 2016 el astrónomo Martin Elvis, del Centro Smithsoniano de Astrofísica de Harvard, y sus coautores en un artículo publicado en la revista Space Policy.
Ahora mismo ya hay planeadas varias misiones que pugnan por un mismo objetivo. La misión india Chandrayaan-2, cuyo lanzamiento está previsto para este mes de julio, se dirigirá a los polos lunares. La Administración Espacial Nacional de China ha anunciado que también enviará a los polos sus próximas tres sondas. Roscosmos, la agencia espacial rusa, está desarrollando el programa Luna-Glob, que tocará suelo lunar en las proximidades del cráter de Boguslawsky, cerca del polo sur, quizás en 2021. Y ese mismo año Japón tiene intención de lanzar la sonda SLIM, que será capaz de llevar a cabo alunizajes extremadamente precisos en accidentes geográficos de tamaño muy reducido. Al mismo tiempo, la NASA, la ESA y varias compañías privadas han dirigido también su mirada a la Luna.